Hemos hablado en varias ocasiones de un caso paradigmático de liderazgo en seguridad que nos ha enamorado desde que lo conocimos. Se trata del caso de Alcoa y su antiguo CEO Paul O’Neill.
Paul O’Neill, tristemente fallecido el año pasado, fue un líder excepcional que tomó la seguridad como único eje para reflotar una compañía en horas bajas. Este planteamiento sorprendió a muchos accionistas que no esperaban semejante estrategia. Muchos de ellos vendieron sus acciones pensando que O’Neill andaba totalmente equivocado en sus planteamientos, pero un año después de su llegada a la dirección de la compañía las ganancias de la misma alcanzaron unas cifras de récord. Y al final de su mandato, la capitalización de mercado de Alcoa fue 5 veces más que cuando se puso al frente de la firma, además de bajar el índice de frecuencia desde 1,86 a 0,14 accidentes con baja por cada 200.000 horas trabajadas.
El de Alcoa es todo un hito y un caso de éxito que se estudia en muchas de las prestigiosas escuelas de negocios de todo el mundo. Desde que Paul O’Neill se convirtió en CEO de Alcoa en 1987, hizo de la seguridad y salud laboral su máxima prioridad, y para ello quiso enfatizar su importancia de todas las formas posibles.
Y os preguntaréis: ¿qué tuvo que ver un software de SST?
Muy sencillo, cuando Alcoa creó una red de computadoras en toda la empresa en 1991, O’Neill insistió en que la primera aplicación fuera para informar y revisar las medidas de seguridad, y se aseguró de que todos los empleados de Alcoa tuvieran acceso a estos datos. O’Neill quería que las personas pudieran informar los problemas de inmediato, solicitar asistencia cuando fuera necesario y dar a conocer los logros. Quería que entendieran que la seguridad era lo primero, que no era una idea de último momento.
O’Neill creía que la clave para proteger a los empleados de Alcoa era entender por qué ocurrían los accidentes, y para ello puso las bases de la reconfiguración más radical en la historia de Alcoa. Para entender por qué ocurrían los accidentes, había que examinar qué partes del proceso de manufactura salían mal. Para entender qué partes salían mal, había que formar a los empleados en materia de control de calidad y procesos laborales eficientes, de modo que fuera más fácil hacerlo todo bien, pues el trabajo bien hecho es un trabajo más seguro.
El plan de seguridad de O’Neill se basaba en el bucle de los hábitos (recomendamos la lectura de “El poder de los hábitos” de Charles Duhigg). O’Neill instituyó una rutina automática: cada vez que alguien sufriera un accidente, el presidente de esa unidad tenía que enviarle a O’Neill un informe dentro de las siguientes 24 horas, así como un plan para garantizar que ese mismo accidente no volvería a ocurrir.
Los presidentes de las unidades eran personas ocupadas. Para contactar con O’Neill dentro de las 24 horas posteriores al accidente, necesitarían que su vicepresidente les notificara un accidente tan pronto ocurriera. Por tanto, los vicepresidentes necesitaban estar en comunicación constante con los gerentes de planta, los cuales necesitaban, a su vez, que los empleados les advirtieran tan pronto vieran un problema y que tuvieran a mano una lista de posibles soluciones. De ese modo, cuando el vicepresidente les pidiera un plan, ya disponían de un abanico de opciones. Para que toda esta maquinaria funcionara, cada unidad debía crear nuevos sistemas de comunicación que facilitaran que el empleado en la parte más baja de la cadena pudiera hacerle llegar una idea al ejecutivo de más alto rango en poco tiempo (y eso en 1991, pongámonos en contexto). Casi todo en la rígida jerarquía de la empresa debía cambiar para ajustarse al programa de seguridad de O’Neill. Y con este plan, empezó a erigir nuevos hábitos corporativos.
Y todo ello fue posible gracias al software de seguridad y salud que implantó la compañía, que a la postre acabaron implantando para otros departamentos (calidad, innovación, etc).
En ocasiones no es sencillo convencer a la alta dirección de la inversión supone adquirir un aplicativo informático, pero disponer de una buena solución importa, y mucho. Y el caso Alcoa nos lo demostró sobradamente.